La historia
que estoy a punto de contarles es a fe mía uno de los relatos más espeluznantes
de la Guadalajara antigua, uno de los capítulos más oscuros que dio origen a
una leyenda que perdura hasta nuestros días.
Corría
entonces el año de 1869, los caminos que se recorrían para llegar a la ciudad
de Guadalajara eran sinuosos y complicados, los carros de madera eran el
transporte más rápido que había pero eran casi exclusivos de las grandes
personalidades y hombres de dinero.
En la
ciudad era famoso el sacerdote Isidro Contessa, un hombre español, blanco y apuesto a pesar de sus 35 años, con una calva siempre tapada por un sombrero
de canal. El poco cabello era negro y corto, un físico más bien delgado con una
apariencia ligeramente enérgica y
orgullosa. El clérigo regresaba de recoger a su mejor patrocinador de la acaudalada
casa Madeiros ,una armadora de barcos portuguesa.
México era
la tierra de las oportunidades, muchos europeos llevaban su fortuna para
establecerse en el continente. La casa Madeiros no sería la excepción. Renán
Madeiros era el propietario de la armadora y mandó a su hijo más amado, Elión,
para patrocinar la construcción de una Iglesia, recibir así una excepción de sus
impuestos y mejorar la fortuna de su familia.
Elion
Madeiros, era el más grande y apuesto de
una familia de doce hermanos. Un joven sumamente inteligente, soltero a pesar
de sus 27 años, Entregado en cuerpo y alma a las ciencias naturales, un
estudioso de las materias y además hábil en los negocios. Elión visitaba
Guadalajara para estudiar la construcción de la Iglesia de su padre. En esos
tiempos, había una férrea competencia por la construcción de las iglesias más
elegantes y arquitectónicamente superiores entre los clérigos, para incrementar
la fe en tiempos de crisis y mejorar los ingresos de sus templos. Las familias
adineradas recibían indulgencias y favores políticos a cambio de sus donaciones
a la obra de Dios. Sin embargo, después de la invasión francesa había pocas
familias apoyando a su causa pues había incertidumbre en manos de quién terminaría
el dinero invertido, pues los francos habían apenas abandonado el territorio llevándose
consigo una gran fortuna.
La visita
de Elion Madeiros era una bendición para el sacerdote Contessa, su parroquia en particular no era muy querida
por los feligreses, y era una de esas las razones por la cual no conseguía patrocinio.
Algunos decían que el hombre no era
cabal, incluso se rumoraba que solía tener amoríos con las feligreses y que en
más de una ocasión había dado misa borracho, sin mencionar su afición por las
peleas de gallos y las apuestas en la baraja,
pero eso no era del conocimiento de la casa Madeiros quien ciegamente
hacia su labor.
Rumbo a Guadalajara, ya caída la noche se escuchaba
el trajinante sonido del vehículo de madera. En medio del bosque la oscuridad
reinaba, solo las lámparas iluminaban los pocos metros de camino adelante. Viajaba el coche tirado por dos finos
caballos. Lo conducía “don Trino”, el cochero y más fiel sirviente de Isidro.
Dentro del carruaje, el sacerdote y el
acaudalado hijo del señor Renán. Los
hombres hablaron de la guerra, de las intervenciones militares y de las huellas
del virreinato y la invasión francesa, hablaron de política y de los temas más
importantes, la crisis terrible que vivía Guadalajara después del caos, pero
sobre todo cómo el dinero del portugués ayudaría a su iglesia.
—¿Cuántas
horas hizo de camino joven Elión?—preguntó el sacerdote.
—Llevo casi
1 semana viajando desde el puerto de Veracruz hasta acá señor…Es verdad que
México es maravilloso, el clima, la selva, todo lo que he podido recorrer, los
paisajes son de los más preciosos. A mi padre le encantará que viva aquí,
cuando el negocio este completo. Creo que lo haré traer para que pueda admirar
la belleza. A donde vamos…Guadalajara, ¿es tan hermoso como dicen?— Dijo el
Portugués con un buen dominio del español.
—Oh sí,
señor Elión, la verdad es que sí. Guadalajara es preciosa, el clima es
sumamente agradable, nos complacerá su visita. A propósito, no me cansaré de
agradecerle a su padre y por supuesto a usted su maravillosa donación, su patrocinio
para la construcción de nuestra iglesia, “”Santa María de la gracia”. Nuestro
señor Jesucristo se lo agradecerá enormemente y haremos todos los preparativos
para oficiar misas y fiestas en honor suyo y de su padre.
—Muchas
gracias señor…Isidro Contessa, pero no tiene que agradecerme a mí, ha sido mi
padre quien ha decidido mandar esta fortuna para la construcción de su
iglesia…yo no soy un hombre muy devoto sabe…yo quise venir a México, pero mis
intenciones no son para nada religiosas, he escuchado que hay abundancia en
minerales y he traído absolutamente toda mi fortuna para invertirla en las
minas de plata.
— ¿En
serio? ¡Bendito seas hijo mío! ¿Y de cuánto dinero estamos hablando?—preguntó
el sorprendido sacerdote.
—Unos dos
millones de francos más o menos en billetes de banco, que son canjeables por
oro. No tengo idea cuánto es su moneda.
La cifra
impactó en lo más profundo de su corazón al Sacerdote, no podía creer que
estaba viajando en el mismo carro con tal cantidad dinero en billetes de banco.
Era suficiente para construir no solo la iglesia, si no 2 iglesias, y además
una hacienda gigante con servidumbre y caballos de los más finos. La ambición
del sacerdote se hizo presente en su corazón y trató con retórica de convencer
al joven durante horas, con teológicos argumentos de que generosamente podría
donar una cantidad mayor de dinero a la santa causa; pero no fue así, el joven
era muy astuto y no se dejó convencer tan fácilmente, así que en cierto momento
la plática amable y cortés ya se había convertido en una acalorada discusión.
Gracias a la falta de tacto y el egoísmo del clérigo, el joven estaba
renunciando a entregar el dinero de su padre.
—…Es esta
la razón por la que me he enfocado tanto a las ciencias, es bien claro que mi
padre ha sido estúpido en hacer esa donación. ¡Me encargaré de que no reciba
nada señor Contessa! —El portugués pidió a Trino que parara el coche y bajó de
él con una maleta.
—Es usted
un estúpido Elión, estamos en medio de la nada, déjeme llevarlo por lo menos a
donde pueda tomar un carruaje para que se vaya de aquí —dijo el clérigo despóticamente.
— ¡Soy
capaz de quedarme aquí toda la noche hasta que pase un coche!—contestó el
orgulloso armador de barcos, parado en medio de la oscuridad del bosque a pesar
de la amenaza del sonido de las nubes.
— ¡Sí será
usted!... Le ofrezco una disculpa, vuelva al carro ahora mismo. ¡Mire! está
chispeando, pronto comenzará a llover y usted se mojará, venga con nosotros y
hagamos que esta discusión nunca pasó.
—¡No, señor
Contessa, no! ¡Usted ha insultado a mi padre y a mi familia al ser tan avaro,
al querer más dinero del que desinteresadamente mi padre planeaba obsequiarle!
¡Ustedes los clérigos son así, siempre quieren más y más dinero! ¡Trino! ¡Baje
mis maletas ahora mismo!— ordenó el joven.
— ¡No! Se
lo pediré amablemente, señor Madeiros, suba al carro en este instante —dijo el
clérigo apretando los dientes y mirando al portugués a los ojos — Luego el sonido
de un caballo interrumpió el calor de la escena cuando a lo lejos se
vislumbraron los faroles de otro coche que venía al encuentro por el mismo
sendero.
—¡Lo ve,
señor Isidro, ya no necesito de usted! ¡La suerte está de mi lado! – Elión
Madeiros recibió las dos grandes maletas de la mano de Trino quien las bajaba
del techo del carruaje.
El clérigo
sintió un miedo terrible a dejar escapar la fortuna de su vida, que se podría
convertir en lujos sin igual. La lluvia comenzó con repiqueteo continuo y él
padre desesperado, mirando el otro auto acercarse y al portugués dirigirse
hacia él caminó rápidamente hasta la parte de atrás del coche, quitó una pala
que se utilizaba para desatascar el vehículo del lodo y la tierra; y con todas
sus fuerzas, como nunca había hecho, golpeó a traición en la nuca, al joven
portugués que cayó al suelo con la cabeza sangrante y completamente
inconsciente. Arriba del carro Trino miraba horrorizado sin decir una sola
silaba.
– ¡Baja
pronto de allí! Inútil, ¡Corre!— Trino con prisas ayudó a esconder el cuerpo
del hombre dentro del vehículo y ambos saludaron cortésmente al otro carruaje
que también los saludó al cruzarse con ellos. Anduvieron la noche y se
internaron bajo la lluvia en lo más espeso y escondido del bosque cargando a
cuestas con el cuerpo del extranjero. El sacerdote contó al sirviente la forma
en la cual se desharían del cadáver.
—Este
hombre trae más dinero que lo que te imaginas Trino, ¡nos volveremos ricos!, te
compraré una casa para que vivas allí, con algunos lujos, te voy a conseguir
una esposa y vivirás muy feliz—dijo el clérigo, mientras colocaban el cuerpo
inconsciente en el suelo. Trino, nervioso, obedeciendo las órdenes le ató una
cuerda alrededor del cuello y la echó por encima de la rama más gruesa del
árbol que encontró. Jaló el bulto hasta dejarlo de pie recargado en el tronco .
El sacerdote quitó la ropa hasta casi desnudarlo asegurándose que la ropa no tuviera dinero. Luego ató a la
espalda las manos y juntó los pies. Haciendo esto el joven despertó aturdido, mirándose
cara a cara con el clérigo.
— ¡Es usted
un hijo de puta, perro mal nacido! ¿Qué demonios está haciendo?—dijo furioso y
aturdido. El sacerdote peló los ojos con admiración y contestó al insulto.
—El hijo de
puta es usted, es un maldito hereje. ¡Va morir aquí! Por su insolencia, su
avaricia, su egoísmo y su maldito orgullo de marinero. —apretaba los dientes casi arrojando saliva
por los labios.
— ¡Es una
vergüenza, sabía que era pura hipocresía! Un hombre que se dice “de dios” va a
robarme y asesinarme. ¡Maldito sea Isidro Contessa, usted y su mentirosa
iglesia! —Profiriendo con odio las palabras, el portugués escupió a la cara del
sacerdote, quien volteó con furia y extrajo un cuchillo de su sotana, de un
solo golpe atravesó la mandíbula del joven, la hoja penetró desde el cuello
hasta el paladar. Elión se convulsionaba atragantado por la sangre que le
brotaba de la boca, con la lengua partida en dos. Contessa le tapó la boca con
la mano, conteniendo el estremecimiento se acercó al rostro de su víctima, susurrándole
al oído unas palabras para que solo él escuchara.
– Te diré
un secreto…—el sacerdote susurro al oído del joven. –“Yo no sirvo a dios…dios
me sirve a mi…”—diciendo esto, el cielo rugió en un trueno estremecedor, la
lluvia caía a cantaros y la tierra crujía con furia, se escuchaba el lamento de
los vientos soplando quejoso a través de las copas de los árboles.
— ¡Audentes fortuna iuvat…! ¡In saecula saeculorum! ¡omnesautemmaledictiones
has convertetsuperinimicostuos et eosquioderunt te et persequuntu! ¡Dampnare,…! ¡requiescant in pace!— pronunció el sacerdote conteniendo
los temblores del cuerpo moribundo, con la sangre escapando por dedos de sus
manos. Isidro se alejó del cuerpo, tomó la cuerda junto a Trino, lo elevaron con fuerza ahorcándolo
con la soga.
Elión
Madeiros parecía ser poseído por el demonio, profirió maldiciones
ininteligibles al alto cielo entre el gorgoteo sanguíneo y ahogamiento de la
garganta. Trino cerraba los ojos con la piel enchinada por los sonidos
guturales que parecían ser la voz del mismísimo demonio.
La lluvia formaba una figura espeluznante,
cada gota se revolvía con el liquido emanando de la herida y mojaba el pecho
desnudo del hombre quien pendulaba sobre su propio cuello. El hombre se
retorció en el aire mientras la cuerda le destrozaba la tráquea cortándole la
respiración, tragando su propia sangre y saliva. El hombre calló su voz hasta
que murió ahorcado minutos después. Su cara se puso morada con una expresión
terrible, los ojos saltados de sus cuencas y la lengua cortada salía de la
boca. Los hombres se fueron hasta que el cuerpo cesó de moverse, sin embargo la
luz de la luna iluminando la figura del ahorcado proyectaba una sombra que parecía
inhumana.