martes, 8 de agosto de 2017

Tumba entre raices. Primera parte.






La historia que estoy a punto de contarles es a fe mía uno de los relatos más espeluznantes de la Guadalajara antigua, uno de los capítulos más oscuros que dio origen a una leyenda que perdura hasta nuestros días.
Corría entonces el año de 1869, los caminos que se recorrían para llegar a la ciudad de Guadalajara eran sinuosos y complicados, los carros de madera eran el transporte más rápido que había pero eran casi exclusivos de las grandes personalidades y hombres de dinero.
En la ciudad era famoso el sacerdote Isidro Contessa, un hombre  español, blanco y  apuesto a pesar de sus 35 años,  con una calva siempre tapada por un sombrero de canal. El poco cabello era negro y corto, un físico más bien delgado con una apariencia ligeramente  enérgica y orgullosa. El clérigo regresaba de recoger a su mejor patrocinador de la acaudalada casa Madeiros ,una armadora de barcos portuguesa.
México era la tierra de las oportunidades, muchos europeos llevaban su fortuna para establecerse en el continente. La casa Madeiros no sería la excepción. Renán Madeiros era el propietario de la armadora y mandó a su hijo más amado, Elión, para patrocinar la construcción de una Iglesia, recibir así una excepción de sus impuestos y mejorar la fortuna de su familia.
Elion Madeiros, era el  más grande y apuesto de una familia de doce hermanos. Un joven sumamente inteligente, soltero a pesar de sus 27 años, Entregado en cuerpo y alma a las ciencias naturales, un estudioso de las materias y además hábil en los negocios. Elión visitaba Guadalajara para estudiar la construcción de la Iglesia de su padre. En esos tiempos, había una férrea competencia por la construcción de las iglesias más elegantes y arquitectónicamente superiores entre los clérigos, para incrementar la fe en tiempos de crisis y mejorar los ingresos de sus templos. Las familias adineradas recibían indulgencias y favores políticos a cambio de sus donaciones a la obra de Dios. Sin embargo, después de la invasión francesa había pocas familias apoyando a su causa pues había incertidumbre en manos de quién terminaría el dinero invertido, pues los francos habían apenas abandonado el territorio llevándose consigo una gran fortuna.
La visita de Elion Madeiros era una bendición para el sacerdote Contessa,  su parroquia en particular no era muy querida por los feligreses, y era una de esas las razones por la cual no conseguía patrocinio. Algunos decían que el hombre  no era cabal, incluso se rumoraba que solía tener amoríos con las feligreses y que en más de una ocasión había dado misa borracho, sin mencionar su afición por las peleas de gallos y las apuestas en la baraja,  pero eso no era del conocimiento de la casa Madeiros quien ciegamente hacia su labor.

Rumbo  a Guadalajara, ya caída la noche se escuchaba el trajinante sonido del vehículo de madera. En medio del bosque la oscuridad reinaba, solo las lámparas iluminaban los pocos metros de camino adelante.  Viajaba el coche tirado por dos finos caballos. Lo conducía “don Trino”, el cochero y más fiel sirviente de Isidro. Dentro del carruaje, el  sacerdote y el acaudalado  hijo del señor Renán. Los hombres hablaron de la guerra, de las intervenciones militares y de las huellas del virreinato y la invasión francesa, hablaron de política y de los temas más importantes, la crisis terrible que vivía Guadalajara después del caos, pero sobre todo cómo el dinero del portugués ayudaría a su iglesia.
—¿Cuántas horas hizo de camino joven Elión?—preguntó el sacerdote.
—Llevo casi 1 semana viajando desde el puerto de Veracruz hasta acá señor…Es verdad que México es maravilloso, el clima, la selva, todo lo que he podido recorrer, los paisajes son de los más preciosos. A mi padre le encantará que viva aquí, cuando el negocio este completo. Creo que lo haré traer para que pueda admirar la belleza. A donde vamos…Guadalajara, ¿es tan hermoso como dicen?— Dijo el Portugués con un buen dominio del español.
—Oh sí, señor Elión, la verdad es que sí. Guadalajara es preciosa, el clima es sumamente agradable, nos complacerá su visita. A propósito, no me cansaré de agradecerle a su padre y por supuesto a usted su maravillosa donación, su patrocinio para la construcción de nuestra iglesia, “”Santa María de la gracia”. Nuestro señor Jesucristo se lo agradecerá enormemente y haremos todos los preparativos para oficiar misas y fiestas en honor suyo y de su padre.
—Muchas gracias señor…Isidro Contessa, pero no tiene que agradecerme a mí, ha sido mi padre quien ha decidido mandar esta fortuna para la construcción de su iglesia…yo no soy un hombre muy devoto sabe…yo quise venir a México, pero mis intenciones no son para nada religiosas, he escuchado que hay abundancia en minerales y he traído absolutamente toda mi fortuna para invertirla en las minas de plata.
— ¿En serio? ¡Bendito seas hijo mío! ¿Y de cuánto dinero estamos hablando?—preguntó el sorprendido sacerdote.
—Unos dos millones de francos más o menos en billetes de banco, que son canjeables por oro. No tengo idea cuánto es su moneda.
La cifra impactó en lo más profundo de su corazón al Sacerdote, no podía creer que estaba viajando en el mismo carro con tal cantidad dinero en billetes de banco. Era suficiente para construir no solo la iglesia, si no 2 iglesias, y además una hacienda gigante con servidumbre y caballos de los más finos. La ambición del sacerdote se hizo presente en su corazón y trató con retórica de convencer al joven durante horas, con teológicos argumentos de que generosamente podría donar una cantidad mayor de dinero a la santa causa; pero no fue así, el joven era muy astuto y no se dejó convencer tan fácilmente, así que en cierto momento la plática amable y cortés ya se había convertido en una acalorada discusión. Gracias a la falta de tacto y el egoísmo del clérigo, el joven estaba renunciando a entregar el dinero de su padre.
—…Es esta la razón por la que me he enfocado tanto a las ciencias, es bien claro que mi padre ha sido estúpido en hacer esa donación. ¡Me encargaré de que no reciba nada señor Contessa! —El portugués pidió a Trino que parara el coche y bajó de él con una maleta.
—Es usted un estúpido Elión, estamos en medio de la nada, déjeme llevarlo por lo menos a donde pueda tomar un carruaje para que se vaya de aquí —dijo el clérigo despóticamente.
— ¡Soy capaz de quedarme aquí toda la noche hasta que pase un coche!—contestó el orgulloso armador de barcos, parado en medio de la oscuridad del bosque a pesar de la amenaza del sonido de las nubes.
— ¡Sí será usted!... Le ofrezco una disculpa, vuelva al carro ahora mismo. ¡Mire! está chispeando, pronto comenzará a llover y usted se mojará, venga con nosotros y hagamos que esta discusión nunca pasó.
—¡No, señor Contessa, no! ¡Usted ha insultado a mi padre y a mi familia al ser tan avaro, al querer más dinero del que desinteresadamente mi padre planeaba obsequiarle! ¡Ustedes los clérigos son así, siempre quieren más y más dinero! ¡Trino! ¡Baje mis maletas ahora mismo!— ordenó el joven.
— ¡No! Se lo pediré amablemente, señor Madeiros, suba al carro en este instante —dijo el clérigo apretando los dientes y mirando al portugués a los ojos — Luego el sonido de un caballo interrumpió el calor de la escena cuando a lo lejos se vislumbraron los faroles de otro coche que venía al encuentro por el mismo sendero.
—¡Lo ve, señor Isidro, ya no necesito de usted! ¡La suerte está de mi lado! – Elión Madeiros recibió las dos grandes maletas de la mano de Trino quien las bajaba del techo del carruaje.
El clérigo sintió un miedo terrible a dejar escapar la fortuna de su vida, que se podría convertir en lujos sin igual. La lluvia comenzó con repiqueteo continuo y él padre desesperado, mirando el otro auto acercarse y al portugués dirigirse hacia él caminó rápidamente hasta la parte de atrás del coche, quitó una pala que se utilizaba para desatascar el vehículo del lodo y la tierra; y con todas sus fuerzas, como nunca había hecho, golpeó a traición en la nuca, al joven portugués que cayó al suelo con la cabeza sangrante y completamente inconsciente. Arriba del carro Trino miraba horrorizado sin decir una sola silaba.
– ¡Baja pronto de allí! Inútil, ¡Corre!— Trino con prisas ayudó a esconder el cuerpo del hombre dentro del vehículo y ambos saludaron cortésmente al otro carruaje que también los saludó al cruzarse con ellos. Anduvieron la noche y se internaron bajo la lluvia en lo más espeso y escondido del bosque cargando a cuestas con el cuerpo del extranjero. El sacerdote contó al sirviente la forma en la cual se desharían del cadáver.
—Este hombre trae más dinero que lo que te imaginas Trino, ¡nos volveremos ricos!, te compraré una casa para que vivas allí, con algunos lujos, te voy a conseguir una esposa y vivirás muy feliz—dijo el clérigo, mientras colocaban el cuerpo inconsciente en el suelo. Trino, nervioso, obedeciendo las órdenes le ató una cuerda alrededor del cuello y la echó por encima de la rama más gruesa del árbol que encontró. Jaló el bulto hasta dejarlo de pie recargado en el tronco . El sacerdote quitó la ropa hasta casi desnudarlo  asegurándose  que la ropa no tuviera dinero. Luego ató a la espalda las manos y juntó los pies. Haciendo esto el joven despertó aturdido, mirándose cara a cara con el clérigo.
— ¡Es usted un hijo de puta, perro mal nacido! ¿Qué demonios está haciendo?—dijo furioso y aturdido. El sacerdote peló los ojos con admiración y contestó al insulto.
—El hijo de puta es usted, es un maldito hereje. ¡Va morir aquí! Por su insolencia, su avaricia, su egoísmo y su maldito orgullo de marinero.  —apretaba los dientes casi arrojando saliva por los labios.
— ¡Es una vergüenza, sabía que era pura hipocresía! Un hombre que se dice “de dios” va a robarme y asesinarme. ¡Maldito sea Isidro Contessa, usted y su mentirosa iglesia! —Profiriendo con odio las palabras, el portugués escupió a la cara del sacerdote, quien volteó con furia y extrajo un cuchillo de su sotana, de un solo golpe atravesó la mandíbula del joven, la hoja penetró desde el cuello hasta el paladar. Elión se convulsionaba atragantado por la sangre que le brotaba de la boca, con la lengua partida en dos. Contessa le tapó la boca con la mano, conteniendo el estremecimiento se acercó al rostro de su víctima, susurrándole al oído unas palabras para que solo él escuchara.
– Te diré un secreto…—el sacerdote susurro al oído del joven. –“Yo no sirvo a dios…dios me sirve a mi…”—diciendo esto, el cielo rugió en un trueno estremecedor, la lluvia caía a cantaros y la tierra crujía con furia, se escuchaba el lamento de los vientos soplando quejoso a través de las copas de los árboles.
— ¡Audentes fortuna iuvat…! ¡In saecula saeculorum! ¡omnesautemmaledictiones has convertetsuperinimicostuos et eosquioderunt te et persequuntu! ¡Dampnare,…! ¡requiescant in pace!— pronunció el sacerdote conteniendo los temblores del cuerpo moribundo, con la sangre escapando por dedos de sus manos. Isidro se alejó del cuerpo, tomó la cuerda junto a Trino, lo elevaron con fuerza ahorcándolo con la soga.
Elión Madeiros parecía ser poseído por el demonio, profirió maldiciones ininteligibles al alto cielo entre el gorgoteo sanguíneo y ahogamiento de la garganta. Trino cerraba los ojos con la piel enchinada por los sonidos guturales que parecían ser la voz del mismísimo demonio.
 La lluvia formaba una figura espeluznante, cada gota se revolvía con el liquido emanando de la herida y mojaba el pecho desnudo del hombre quien pendulaba sobre su propio cuello. El hombre se retorció en el aire mientras la cuerda le destrozaba la tráquea cortándole la respiración, tragando su propia sangre y saliva. El hombre calló su voz hasta que murió ahorcado minutos después. Su cara se puso morada con una expresión terrible, los ojos saltados de sus cuencas y la lengua cortada salía de la boca. Los hombres se fueron hasta que el cuerpo cesó de moverse, sin embargo la luz de la luna iluminando la figura del ahorcado proyectaba una sombra que parecía inhumana.