Te conocí una tarde callada, con
la mente fuera del cuarto
Rondando en círculos de colores las ventanas y
los arboles del patio.
Me gustaría adivinar qué piensas.
Y abrazarte sincero, en alguno de esos recuerdos lejanos atorados en los
confines de una memoria quebradiza, de un manto protector del pasado que se
aferra a ti para dejarte a su lado, para no dejarte salir, para no escaparme
contigo y celebrar nuestro encuentro.
Estoy entrenado para ti, para
tomarte de la mano e invitarte a caminar por los parques y los cines y las
plazas y la calle repleta de gente que indiferente niega nuestra existencia.
He esperado largo tiempo para
encontrarte, para enseñarte que puedes salir de ese silencio de mala muerte, de
la armadura de piedra, de los escudos de hielo y el miedo del cielo que llore lágrimas
tristes en el papel.
Estoy aquí para invitarte al
mundo, para enseñarte a besar, para que sepas que será de nosotros cuando hagamos el amor entre sabanas de ceda, cuando
te infartes entre mis brazos y sueñes en mi pecho el capítulo siguiente del libro
que podríamos escribir juntos, darle un final feliz, o el “vivieron felices
para siempre”.