miércoles, 4 de diciembre de 2013

Callada.


Te conocí una tarde callada, con la mente fuera del cuarto
 Rondando en círculos de colores las ventanas y los arboles del patio.
Me gustaría adivinar qué piensas. Y abrazarte sincero, en alguno de esos recuerdos lejanos atorados en los confines de una memoria quebradiza, de un manto protector del pasado que se aferra a ti para dejarte a su lado, para no dejarte salir, para no escaparme contigo y celebrar nuestro encuentro.
Estoy entrenado para ti, para tomarte de la mano e invitarte a caminar por los parques y los cines y las plazas y la calle repleta de gente que indiferente niega nuestra existencia.
He esperado largo tiempo para encontrarte, para enseñarte que puedes salir de ese silencio de mala muerte, de la armadura de piedra, de los escudos de hielo y el miedo del cielo que llore lágrimas tristes en el papel.
Estoy aquí para invitarte al mundo, para enseñarte a besar, para que sepas que será de nosotros cuando  hagamos el amor entre sabanas de ceda, cuando te infartes entre mis brazos y sueñes en mi pecho el capítulo siguiente del libro que podríamos escribir juntos, darle un final feliz, o el “vivieron felices para siempre”.